ActualidadDerechos laboralesGénerosHistorias de Laburantes

“A mí mandame una mujer” – Encuentro con mujeres trabajadoras de las aguas

By 10 noviembre, 2021noviembre 23rd, 2021Sin comentarios

Nancy Jaramillo es capitana de pesca,  Lucia de Pascuale es buza profesional y Marina Saboulard es marinera mercante. Juntas y con más compañeras, crearon AMAMFyL, mujeres y diversidades trabajadorxs de las aguas marítimas, fluviales y lacustres. Esta crónica es solo un intento de registro de una sobremesa que contiene muchísimas de las hermosas cosas que pasan cuando nos organizamos.

“Cuando quiero insertarme en las plazas que corresponden a mi categoría me encuentro con que no contratan mujeres. Me tomó 17 años formarme para esto y llegar a ese punto y chocarte con esa puerta cerrada es todo un flash. A partir de esa experiencia mía me pongo en contacto con un montón de compañeras autoconvocadas a las que les pasaba lo mismo en sus diferentes rubros profesionales: maquinistas, capitanas, marineras, enfermeras, engrasadoras navales, todo lo que tenga que ver con las tareas a bordo. Empezamos a juntarnos entre nosotras y armamos la Asociación de Mujeres de la Actividad Marítima, Fluvial y Lacustre (AMAMFyL) para nuclearnos a todas y contarnos las cosas que vivimos cada una con respecto a la inserción laboral y, una vez insertas, el trato súper violento y denigrante de tu capacidad, como negando tu profesión e historia. Después también interviene el gremio en la misma actitud de negación de tus derechos y de representarte”.

Así empieza  la historia de las mujeres  trabajadoras  marítimas, la  historia  que vinimos a  conocer. Escuchada en voz de las minas protagonistas organizadas. En la  ronda hay  cuatro de ellas,  y el segundo vino tinto todavía contiene un  trago.

 Ella es Lucía de Pascuale. Tiene 37 años y es buza profesional, la única en toda Latinoamérica que posee la mayor categoría de buceo: puede llegar a sumergirse hasta 300 metros de profundidad respirando mezcla de aire artificial.

Así es como narran que fueron conociéndose maquinistas, capitanas, marineras, enfermeras, engrasadoras navales, hacedoras de las tareas a bordo de embarcaciones. Empezaron a juntarse y armaron la la Asociación de Mujeres de la Actividad Marítima, Fluvial y Lacustre (AMAMFyL). Es que necesitaban nuclearse y contar las cosas que vivían con respecto a la inserción laboral y, una vez insertas, el trato violento y denigrante.

Las marca, dicen, la masculinización del rubro y también las marca la misma actitud de negación de derechos que toman sus respectivos gremios.

Viste que nos enseñaron la teoría del derrame, que a los de arriba les llega todo y va chorreando un poco menos para los de abajo y así, hasta que el último de la torre de copas no ve nada. Lo mismo en el mundo del trabajo, lo mismo para los trabajos fuera de las ciudades, lo mismo que el trabajo para las mujeres, para el mundo del trabajo fuera de tierra firme, y por último, allá al final de toda esa línea de opresión en diferentes magnitudes, el trabajo de las mujeres en el mar.

Pero hay un momento que cambia todo en la vida de las mujeres marítimas organizadas según cuentan mientras terminan el vino: ese día ven que a todas les pasa lo mismo y dicen “bueno, algo hay que hacer.”

Y el laburo de organizarse en las trabajadoras del mar no es cualquier proceso sindical. Va más allá de las militancias que en las burbujas progresistas de las ciudades que  conocemos: es “visibilizar que somos un montón y la violencia que sufrimos en el rubro marítimo es transversal a todas, así seas capitana, marinera, buza…”

Marina Saboulard es la más joven de la ronda, formada como marinera mercante. Se encarga de las incipientes redes sociales de la agrupación, porque “es la millenial”, dicen entre risas.

Su mayor problema es que no consigue trabajo en embarcaciones, el Estado ofrece formación gratuita, pero eso no garantiza ningún puesto de laburo. “Tenés que pagar y tener horas de navegación para tener tu libreta y una vez que te recibís entrás en una bolsa de trabajo que pertenece al sindicato (SOMU). La bolsa de trabajo jamás me consiguió un embarque.” Pero hay quienes sí consiguen entrar al mundo acuático, incluso antes de terminar su formación: Los clásicos hijos de… sobrinos de… novias de… “y todos estaban embarcados y a mi me costaba un montón, no conseguía embarque.”, expresa Marina con unas ganas terribles de salir al mar.

Entre gestos  y traspasos de cenicero y puchitos, en las compañeras -así se llaman constantemente y así se ven- prima la crítica a los sindicatos de los rubros marítimos y fluviales.

¿Cómo puede ser que en los gremios las mujeres se sientan tan ignoradas y violentadas como en los barcos? Porque en este sistema de derrame lento de derechos, en los ríos y mares de nuestro país… adiviná qué? El patriarcado también jerarquiza. No llegan los derechos pero llegan las opresiones, y multiplicado por dos.

“He tenido momentos de mucha violencia y  mucho abuso de poder de un montón de situaciones en las cuales me han insinuado cosas dentro del gremio para entrar en esa bolsa. Cada vez que iba mi cv desaparecía. Llegó un momento en el cual ya tenía miedo de ir al sindicato, tenía 22 años”.

Ella nació en Mar del Plata, ciudad portuaria y pesquera por excelencia. Pedía trabajo a sus tíos del rubro y le decían, abiertamente, ”yo no te meto en un pesquero ni en pedo a vos, te estoy protegiendo”.

Y parece que nunca va a poder encontrar un trabajo como marinera mercante, pensó que quizás con suerte, podría aspirar a ser secretaria de un ingeniero naval. Y no solo ella, todas las mujeres que quieren trabajar en el mar. Todas, que en sí son pocas.

Nancy Jaramillo es capitán de pesca. Capitana, la única en toda Latinoamérica. Empezó su carrera en el 2003 para oficial y estuvo 17 años en la asociación de capitanes y patrones de pesca.

Su historia no comenzó en la academia: fue mamá joven y salió a buscar trabajo. “Siempre anduve metida en agrupaciones, cuando uno pasa tantas necesidades por ahí uno entiende que hay gente que le cuesta salir de su casa o hay gente que le da vergüenza salir a pedir, a mí no. Trabajé de empleada doméstica, niñera, vendía carbón pero nunca me alcanzaba el sueldo. Me dijeron que no porque era mamá, me fui a la policía y me dijeron lo mismo, me fui a la prefectura y me dijeron ”acá no hay mujeres y nunca lo va a haber”.

Estamos hablando de una profesión donde se embarca por semanas o meses, en condiciones sanitarias pésimas, con olores fuertísimos, con camarotes compartidos, donde hay que pelear para que las mujeres estén a bordo.

Pero después, narran casi al unísono y con la misma sonrisa mientras algunas se sirven queso y dulce de batata, suceden esos momentos de los que esta red nace: Venía la capitana Nancy con una compañera de Mar del Plata a Puerto Madryn.

-“Gorda, estamos haciendo historia.”

-”Sí, para nuestros nietos”.

Y embarcaron con todos los nervios, cuenta Nancy, porque “hay que mover un bicho de 60 metros!!!”

Marina agrega a esa escena, con su mirada pícara que solo una mujer que se banca la parada puede combinar con rebeldía, que siempre hay una apuesta ninguneadora sobre las capacidades de las minas: “además todos mirándote como diciendo: estas dos no van a poder”.

¿Por qué se organizan?

El Estado nacional argentino se vanagloria hace años con la nacionalización de YPF y Petrobras. También formula acuerdos y licitaciones para que buques extranjeros puedan circular y comercializar en nuestros canales y ríos. Pero el Estado no garantiza que esos buques cumplan con cupo de laburantes que residen en el país, mucho menos mujeres.

Marina, que suena frustrada pero sonrie y conversa emponderada, dice: “Mi sueño es embarcar en un petrolero ¿Sabés cuántas veces me postulé a petroleros? Nunca me han llamado. Como sí me han llamado petroleros en Canadá, pero porque acá no sucede. Como si no existiera YPF o Petrobras, como si ellos no tuvieran un montón de relaciones con el Estado y flotas como para que nosotras embarquemos.”

Ellas se exponen, son pocas las que están apareciendo en las notas. Saben que la única forma de lograr el cupo es organizarse, “crear redes”. Saben que su exigencia es al Estado para que tome un papel para integrar una perspectiva de género a estos trabajos. Y ya lo plantearon a YPF, que se necesitan mujeres a bordo, pero ellos respondieron que primero hace falta meter mujeres en YPF que estén de acuerdo.

Cuando llegamos al departamento de La Boca sabíamos con quiénes íbamos a encontrarnos, sabíamos sus nombres. Pero nunca nos imaginamos que Nancy, antes de ser capitana, fue una madre joven que embarcó por primera vez a sus 18 años y se encontró con un compañero que le dijo ”vas a tener que llevar toallitas porque vamos a estar 60 días en el mar y vas a tener 2 menstruaciones”.

La casa que alberga este almuerzo tardío y la extensa sobremesa sirve como cuartel a les laburantes de rubros marítimos cuando tienen que quedarse en Capital Federal. Las cuatro destacan cuánto se nota que ahora está siendo habitado por mujeres, mujeres que se organizan, se ve.

Hay una mujer más en la ronda, Cecilia. Ella no trabaja embarcada ni rodeada de mariscos y tubos de oxígeno, ella trabaja en el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca. Sus compañeras, porque así también la reconocen a ella con enorme gratitud, llegaron a ella “golpeando fuerte”, porque las escucharon del Instituto Patria, siendo Ceci particularmente quien las escuchó y se les unió en esta incipiente organización. Hizo suyas sus consignas, teniendo la posibilidad de ver que todas las demandas salían de los barcos.

Resulta difícil no querer hacer de este encuentro un anecdotario, pues son todas sus travesías las que certifican la voz de Nancy, Lucia, Marina y Cecilia. Relatos sobre situaciones de abusos a bordo, suicidios misteriosos en embarcaciones y mujeres aisladas quedando expuestas en los barcos.

“A mí no me contrata ni el loro, entonces hoy, gracias a la militancia, que golpeamos fuerte, que nos escucharon el Instituto Patria, y Ceci particularmente, termino trabajando hoy a mis 38 años con la máxima categoría de buceo, siendo la única mujer en latinoamérica, con esta categoría que me costo conseguir 17 años, tengo que trabajar de inspectora de pesca. Nada que ver.” Lucía realiza su evaluación a una carrera de alguien a quien las puertas se le cierran. Hace dos años no bucea, y el mayor problema, dice porque es compañera, es sorora, es solidaria y es trabajadora, es que si a ella no la contratan, habiendo cuarenta empresas de buceo subcontratadas por el Estado, nos podemos imaginar a las piojas. Y no es el enojo lo que lo hace injusto, pero es imposible dejar de notar que hay pibes de primera, de segunda categoría que ya tienen laburo.

El panorama hoy es positivo, lograron dar trabajo a mujeres como inspectoras, mujeres que viven en la Patagonia. Es un enorme paso y sin Ceci moviéndose desde adentro, no hubiera sido posible.

¿Por qué van?

Las cinco como cabeza, se nuclearon como mujeres y diversidades trabajadorxs de las aguas marítimas, fluviales y lacustres. Unidxs y organizadxs.

Van por trabajo, porque se le abran las puertas a las mujeres que quieren embarcar, o sumergirse. Van por que el Estado intervenga en la contratación de los buques extranjeros, “que les quepa la ley de cupo si quieren navegar nuestro ríos”. Entienden que el patriarcado no deja libre las masas acuáticas en nuestro país, por eso saben que no existe frenar la violencia y los abusos en los barcos, pero van por el protocolo, para que las mujeres lleguen a los barcos y luego no estén solas en ellos. Van por protección del Estado en empresas nacionales y extranjeras, por atención de los organismos que supuestamente para eso están, y de representatividad de los sindicatos. Pero bueno, en realidad ahora van por la creación del propio, única forma que encuentras de garantizar esa representatividad.

“Nosotras somos como un grupo de autoayuda, generando entre nosotras herramientas para manejar situaciones como los abusos que los gremios no contemplan en sus protocolos ni ofrecen ningún recurso.”

Nancy como vicepresidenta de la Junta Electoral, antes le había escuchado decir que el puesto era para un hombre. Había dos puestos del oficialismo y uno opositor, las compañeras la festejan  “la única capitana compañera” y se prepara para la asamblea de mañana.

Nancy Jaramillo es un tesoro invaluable para sus compañeras, que con toda su trayectoria se tome el tiempo de estar acá por las pibas que no logran hacer lo que ella logró, lo celebran -a esta altura lo celebramos todes en la mesa- habló varias veces de que “navegar no es para todos”, por eso puede ser que alguna mujer haga quilombo, como los hombres, pero nunca pasa nada si son ellos.

“Estoy tan cansada de los tipos, a mí mandame una mujer, mandame a mi amiga que de última la puedo cagar a pedos” – cuenta que pide a quienes convocan a la tripulación en los barcos que capitanea. Porque entre pibas nos podemos cagar a pedos, pero incluyéndonos siempre. A la par, “en redes”, “organizadas y poniendo la cara”, explica y todas asentimos haciéndolo nuestro.

A mí si me preguntás, para que ordene las redes de los buques pesqueros, para que dirija una tripulación de marineres, para que limpie los cascos de los buques, mandame una mujer. Mandame una mujer para tener una sobremesa y hablar de cómo organizarse. Pero no cualquier mujer, mandame una mujer de mar, de río y de lagos o lagunas. Mandame una que se tome dos tubos de vino con sus compañeras, comparta queso y dulce y sobre todo siempre, pero siempre, entienda que la demanda no es con resentimiento sino con entendimiento, con unión y coordinación.

Porque, como afirman completándose las oraciones y hablándose arriba producto de la euforia; es algo más profundo, las condiciones laborales son malas desde antes, entonces es difícil hablar de políticas de género cuando ya de por si no hay políticas humanas.

Pero no importa que instalen buscando justificar la desigualdad, la teoría del derrame poniendo a unes arriba y a otres abajo. Desde abajo de ese diagrama se construye la conciencia de clase que combate con lo que nunca llega de arriba, y en la cubierta o cascos de los buques y la formación de marineras, estas mujeres cocinan en sus recientes encuentros lo que tanto tarda en descubrirse en nuestras ciudades tan progresistas y de avanzada.

Que es, en definitiva, entender, como dijo Lucía pero esbozando las palabras de todas sus compañeras, “Hay que cambiar todo y somos nosotras las que lo vamos a cambiar”.

Recomendamos seguir a la Red de Mujeres de las aguas – AMAMFyL.

Las fotos son de Constanza Niscovolos.