Lo personal es político, el consumo también

Pensemos la cultura del reviente y del consumo en nuestra época sin ánimo de gorra sino de reflexión. Vos desde tu lugar y yo desde mis 38 añitos de existencia. Hagámonos cargo.

Cuando tenía 10 fui a una colonia de verano donde conocí a una piba con la que jugábamos a mojarnos y nunca le dije que sentía algo que no entendía. Era una piba de Parque Patricios, donde vivíamos. 10 años después la crucé en la calle y me aterró su mirada: Paco.

A los 20 años salíamos varios días en la semana y tomábamos cualquier cosa como baldes en boliches de contenido dudoso. Fumábamos cualquier cosa también. Creíamos que de esa forma estábamos cumpliendo el mandato de la etapa: crecer y ser rebeldes. Faltaba mucho para lo de Uruguay y que queramos discutir la legalización y eso. 

Charlando pocos años después con un compañero de laburo me dijo que lo que lo hacía feliz era conseguirse la platita para pagar el cuarto y tener para la joda. Era albañil, pero podría ser cualquiera de nosotres. Lo charlamos mientras escabiábamos decenas de birras. Yo creía que podía manejarlo, porque la clase media sabe, ¿no?

Llegamos a los 30 y las cosas cambian. Nuestros ingresos mejoran (generalmente) y nuestros consumos también. O eso creemos. Cambiamos prensado por flores e invertimos más en el vino que elegimos. Si somos de la birra, elegimos artesanal. Pero la idea es la misma: dársela en la pera. Cada une define esa “pera” como puede. Con qué, con quienes, hasta cuando. Ninguno sabe para qué.

¿Para qué nos la damos en la pera? Ni idea. Algunes dirán que es divertido, aunque sufran la resaca y el bajón del día después. La mayoría no tiene respuesta porque nunca se hizo, siquiera, la pregunta.

¿Para qué se labura? Para consumir. Comprar unos fideos, unos litros de birra y tuki. ¿Si conseguimos más plata que hacemos? ¿Ahorrar? ¿Viajar? Pues no. Lo que hacemos es consumir más. Esta de moda la autodestrucción.

Y los números: ¿Cuánto de lo que ganamos se nos va en alcohol, en drogas, en fiestas una atras de otra? No hablamos de ocasiones especiales sino de lo cotidiano. Hagámonos cargo. También y sobre todo somos nuestros consumos. Entonces, ¿qué queremos tapar con ciertos consumos? Hace tiempo la respuesta común a un “estoy cansado” “no puedo dormir” o “no doy más” en las rondas de amigues es “fumate un porro y acostate a dormir”. ¿Hay una forma más evidente de negar nuestra propia existencia que esa? ¿Nadie se pregunta por qué necesitamos dejar de pensar para soportarnos a nosotros mismos?

Tenemos una justificación cómoda y genial: la decadencia del estado de supuesto bienestar y colapso siquiera del capitalismo inclusivo, la casa como sueño imposible y la frustración de una vida que no elegimos. ¿Son buenos argumentos para tomarnos un cajón de birra? Parece que sí. ¿Podemos tomarnos un vino sin que se transformen en media docena y no ser “ortivas”? Parece que no. ¿Cuántas actividades que realizamos no incluyen la lógica del reviente y del amanecer en una?

Hay una relación que tenemos que pensar entre la falta de oportunidades reales, el culto de la apariencia  y la cultura del consumo y del reviente. Todo eso mechado con la estética superficial de las redes sociales. Si no podemos tenerlo, al menos que parezca. ¿No consumimos también nuestras propias imágenes?

Hace muchos años viejos anarcos decían algo así como “Tres cosas debe olvidar el anarquista: el alcohol, la prostitución y el juego”. Nos reíamos, decíamos que eran re secta. Nosotres somos piolas, manejamos todo.

La imagen del hippie que vive fumando y escabiando era anti sistema. Qué ilusos. ¿Hay algo más funcional a éste sistema que cuerpos y mentes adormecidas dejando que sus consumos dominen sus decisiones y acciones? Le decimos careta al que no consume. Le decimos aburrido al que se pregunta: ¿que estamos consumiendo?

Démosle de baja a cualquier estigmatización de consumo o adicción, sí. Pero no basta con responsabilizar al Estado y la mar en coche. También están nuestros cuerpos en juego. Tenemos que pensar todos los bondis que el consumo nos ha causado. Los y las laburantes necesitamos hacerlo con urgencia. No es un problema de chetos. Los chetos consumen bien a los 20, 30 y 40. Salvo que aparezca en una fiesta electrónica una pastilla nueva y listo, la quedan un par. Tampoco es un problema exclusivo de sectores empobrecidos, aunque a ellos los mate antes porque, por supuesto, lo que pueden consumir es de peor calidad.

Pensemos si no en el enorme negocio de los calmantes, ansiolíticos, antidepresivos y la droga legal. ¿Posta alguien puede creer que es por ahí? Las adicciones están a la orden del día. ¿Y la salud mental? Para el que pueda pagarla. ¿Acaso la mezcla de alcohol, drogas y fiesta a los 20, 30, 40, o la edad que sea puede salir bien?

Bajémonos del pony un poco. Si lo único que nos importa es el rock, la fiesta y la droga, quizás sea porque el poder y la economía sabemos que la manejan otros. ¿Queremos que sea cada vez peor?

Ya lo dijo la Fabi Cantilo: “La cultura del reviente es una antigüedad y una estupidez. Ya sabemos que hay gente que se ha muerto o que está muy mal. Yo reniego de todo eso, y no sólo en el rock, sino en cualquier lado”. Aun así, casi todas las actividades sociales incluyen el excesivo consumo de alcohol o drogas. 

De otra forma plantea Zygmunt Bauman: “Además de tratarse de una economía del exceso y los desechos, el consumismo es también, y justamente por esa razón, una economía del engaño. Apuesta a la irracionalidad de los consumidores, y no a sus decisiones bien informadas tomadas en frío; apuesta a despertar la emoción consumista, y no a cultivar la razón”. 

Una aclaración clave: todo lo pensamos desde una mirada antipunitivista y colectiva. No se trata de sancionar, se trata de repensar y construir otras redes y lógicas. Hacer bien consciente lo que nos duele y lo que nos complica y transformarlo. Es un desafío. Parte de eso va en estos apuntes muy iniciales y desordenados. Hay que politizar las cosas, no son meras casualidades.

¿Alguna vez te sentiste atrapado/a por algún consumo excesivo? Lo que quieras, contanos.

Por Alejo Caivano.