Coto tiene un plan. Mientras muestra ofertas, forma precios. Mientras ofrece empleos, hace renunciar a laburantes.
El mecanismo está aceitado y es especialmente áspero hacia las mujeres. Melisa Otazú lo sufrió en carne propia, pero también vio a su alrededor a otras personas padecer acoso y otros delitos penales, así como violaciones al régimen de contrato de trabajo y a medidas sanitarias. 

 

 

“Mi caso es uno más de los millones de empleados que tiene Coto. Yo lo pude visualizar una vez que estuve afuera, cuando estaba de licencia por mi embarazo. Me di cuenta de un montón de cosas que yo vivía ahí adentro, de las irregularidades que yo vivía y tomaba como normales”. 

 

 

Entró en 2016 con un cargo de 24 horas semanales. La primera forma de disciplinar era no pagar las horas extras: quedarse más tiempo de lo pactado y convenido era la norma. 

Poco más tarde apareció el maltrato. En la línea de cajas, la jefa generaba un ambiente tóxico. 

Después de pasarla de la caja al sector envíos de Coto Digital, le ofrecieron trabajar 48 horas por semana. Ella lo necesitaba y aceptó. Sería una forma de al menos pagarle las horas que trabajaba de más, por más que todavía no le llegara el derecho de doble paga por hora extra. 

-Mi tarea era todo: controlar, armar horarios, manejar plata, manejar una caja chica, manejar proveedores, manejar personal. Además, de noche. Entraba a la medianoche y salía a las 8 AM. Ese fue el comienzo del calvario. 

El calvario

Incluso antes de la pandemia, si no terminaba todos los pedidos, por más que era madre y tenía hijos por despertar, por cuidar, por llevar a la escuela, no podía salir. 

“Cada vez fue peor. Me quedaba 12, 14 horas. Llegué a trabajar 16. Siempre con un ambiente en el que, si decía que no, recibía maltratos. Así estuve hasta el 2020”.

Con el covid ganaron un par de empresas. Entre ellas, Coto. La de Alfredo y su esposa, Gloria Alicia García, quienes tienen cinco sociedades offshore en Panamá e Islas Vírgenes para hacer inversiones inmobiliarias en Miami.

Con el covid, también perdimos miles de millones. Entre ellas, Melisa y sus compañeros. El sector de envíos empezó a tener mucho más trabajo. 

 

Ni vida social ni redes sociales

Una vez compartió en redes sociales su cansancio y su solidaridad con compañeros, como cuando escribió un largo desahogo y subió la foto de un repositor cansado tirado en el piso. 

-¿Te parece a vos subir esa foto? A la gente de la empresa me parece que no le va a gustar. Da una mala imagen.

-Es una imagen real. Son mis redes sociales. Yo ni siquiera se lo pedía a la empresa. Le pido a la gente que también nos reconozca. 

-Yo que vos lo borraría, porque acá nos enteramos todos. 

De cagona lo borró, pero sería la última vez. 

Para junio ya no comía, el cansancio se acumulaba. Empezó a pronunciarse. 

-Necesito estar en mi casa. Necesito estar con mis hijos. 

Uno de los detonantes para cambiar la actitud y hacer saber que conoce sus derechos fue cuando 4 camioneros le exigieron que les pagara y no la dejaban salir. Ella sola no podía resolverlo y las autoridades no estaban. Fue la gota que rebalsó el vaso. 

-Dejo todo abierto y que se vayan al carajo. Yo no puedo cambiar mi pensamiento porque no les guste. 

 

¿Embarazada? ¿Decreto?

Mientras estaba embarazada la hicieron ir al obstetra, en Paternal, a 38 kilómetros de su casa. Cada mes tenía que volver para confirmarle a Coto que seguía embarazada. 

-¿Vos tenés algún problema por el cual no trabajás?

Nadie le informaba qué tenía que hacer. Ni sus superiores ni en la central. Ella tenía que averiguar y buscar cuándo se le vencía el plazo para volver a constatar que seguía embarazada. 

 

ORGANIZACIÓN SINDICAL

Melisa vio una sola vez en nueve años -y en distintas sucursales- una elección de delegados, y no la dejaron votar porque ya había fichado su salida. 

En los pasillos: 

-Ni te gastes en votar, porque siempre ganan ellos. Son las mismas personas.

-No te postules porque te van a echar. 

Mitos y verdades

Como la pandemia puso sobre la mesa la desigualdad tanto frente al virus como frente a la crisis económica aparejada, Coto y otros supermercados se lanzaron a la ofensiva para no pagar impuestos. Hicieron circular la información de los gastos que debían enfrentar para adaptarse a la pandemia. Que adecuaron sus locales, que los protocolos sanitarios, que la contratación de más personal para cubrir licenciades y ausentes. 

Es cierto que contrataron más gente, pero para Melisa y sus 22 mil compañeros, no representó ningún alivio. Los nuevos entraron de a tandas enormes sin ningún tipo de capacitación, tarea que cayó sobre los que ya estaban cubriendo más de un puesto y pasaban un mínimo de 12 horas encerrados en un cuarto sin ventilación y sucio.

-Te los tiraban como “tomá, estas son 10 personas, explicales”. Eso era bastante jodido porque tenías que tratar de hacer el trabajo tuyo que sabías, hacer el trabajo de 3 o o 4 personas más y encima enseñarles, y enseñarles bien, porque si les enseñabas mal también te cagaban a pedos. Pobres pibes. Entraban en el turno noche y ni sabían qué tenían que hacer. Estábamos trabajando y en la medida en que podíamos, picoteábamos una empanada. Pasábamos producto por una caja y comíamos una empanada. No teníamos un corte de media hora para comer y volver. 

-No digas nada al jefe que me fui.

El control y disciplinamiento era tal, que si se llegaban a levantar para ir a comer, después tenían que devolver el tiempo invertido. 

Eran muchas horas, pero muuuuchas horas, y el trabajo era constante y pesado. Levantar canastos con mercadería, correr para la sucursal a buscar mercadería, subirla a los camiones. “Yo no lo tenía que hacer por ser encargada, pero lo hacía igual”. 

Dicen que el cuerpo tiene memoria. Una y otra vez Melisa se acuerda del cansancio de sus pies. Para descansar los pies había una sola posibilidad: ir al baño. Pero tampoco era tan fácil. También esta actividad fisiológica necesitaba la cobertura de un compañero.

¿Y los protocolos? Unos tenían guantes. Otros no. Los barbijos irritaban. 20 barbijos eran distribuidos entre todo el personal del Coto de Tortugas para trabajar durante 8, 10 o 12 horas. 

Caso testigo

A mí me quisieron arreglar. El delegado me vendió. Hijo de puta. Lo odio. Rubén. Me quiso vender por 800 mil pesos. Me hicieron vivir el drama de mi vida. Me amenazaron. Me encerraron en gerencia una hora y media. Se metieron con mis hijos. Me dijeron de todo: que no iba a conseguir laburo en ningún lado porque me iba a quedar manchado el legajo, que si hacía juicio o iniciaba trámites legales en ningún trabajo me iban a tomar porque no toman gente que se mete en ese tipo de quilombos, que si no arreglaba me iba a ir sin un peso y no iba a tener para darles de comer a mis hijos, que la piensen porque con eso ellos se llenaban la panza, que lo piense por mi nene, porque él lo necesita para la terapia, que lo decían por mi bien. Yo estaba en shock. Me sentía como el ojete, me quería ir. 

-Yo no voy a firmar nada. Yo no voy a tirar 9 años a la basura para que vos te llenes los bolsillos- le pegó a la mesa y me echó a la mierda de la oficina. 

Al otro día el guardia de seguridad le pidió perdón, porque la conocía desde hacía 9 años, pero no podía hacer nada. No la dejó entrar. 

No la dejaron entrar, le pasaron las faltas y la despidieron por abandono de trabajo. 

Al día siguiente, el que no pudo entrar fue él. Lo habían visto por las cámaras conversando con la despedida y lo cambiaron de sucursal. 

Yo no te creo, Coto

Como no había tiempo ni para charlar, ni para comer, ni para ir al baño, nadie tenía oportunidad de mirar el celular. Cuando el gobierno dio un bono para empleados de comercio, juntaron a todos y empezaron: 

-Que por haberse puesto la camiseta, por haber trabajado en una época en la que nadie quería trabajar, que por el esfuerzo, que bla, bla, bla, les hemos concedido un bono de 6 mil pesos. 

El bono estaba limitado a compras en Coto. Así, Melisa ya sabe con quién se enfrenta. Si le preguntan si se arrepiente, si Coto tiene razón en meterte miedo, la tiene clara. 

-Todo lo que te dicen es mentira. Es algo que quieren instalar para que no te unas con tus compañeros para presentar alguna queja cuando las cosas no se están haciendo como corresponde. Te van cercando para que no hagas nada y seas full sometido. Hay que reclamar. 

Coto tiene un plan. Mientras muestra ofertas, forma precios. Mientras ofrece empleos, hace renunciar a laburantes.
El mecanismo está aceitado y es especialmente áspero hacia las mujeres. Melisa Otazú lo sufrió en carne propia, pero también vio a su alrededor a otras personas padecer acoso y otros delitos penales, así como violaciones al régimen de contrato de trabajo y a medidas sanitarias. 

 

 

“Mi caso es uno más de los millones de empleados que tiene Coto. Yo lo pude visualizar una vez que estuve afuera, cuando estaba de licencia por mi embarazo. Me di cuenta de un montón de cosas que yo vivía ahí adentro, de las irregularidades que yo vivía y tomaba como normales”. 

 

 

Entró en 2016 con un cargo de 24 horas semanales. La primera forma de disciplinar era no pagar las horas extras: quedarse más tiempo de lo pactado y convenido era la norma. 

Poco más tarde apareció el maltrato. En la línea de cajas, la jefa generaba un ambiente tóxico. 

Después de pasarla de la caja al sector envíos de Coto Digital, le ofrecieron trabajar 48 horas por semana. Ella lo necesitaba y aceptó. Sería una forma de al menos pagarle las horas que trabajaba de más, por más que todavía no le llegara el derecho de doble paga por hora extra. 

-Mi tarea era todo: controlar, armar horarios, manejar plata, manejar una caja chica, manejar proveedores, manejar personal. Además, de noche. Entraba a la medianoche y salía a las 8 AM. Ese fue el comienzo del calvario. 

El calvario

Incluso antes de la pandemia, si no terminaba todos los pedidos, por más que era madre y tenía hijos por despertar, por cuidar, por llevar a la escuela, no podía salir. 

“Cada vez fue peor. Me quedaba 12, 14 horas. Llegué a trabajar 16. Siempre con un ambiente en el que, si decía que no, recibía maltratos. Así estuve hasta el 2020”.

Con el covid ganaron un par de empresas. Entre ellas, Coto. La de Alfredo y su esposa, Gloria Alicia García, quienes tienen cinco sociedades offshore en Panamá e Islas Vírgenes para hacer inversiones inmobiliarias en Miami.

Con el covid, también perdimos miles de millones. Entre ellas, Melisa y sus compañeros. El sector de envíos empezó a tener mucho más trabajo. 

 

Ni vida social ni redes sociales

Una vez compartió en redes sociales su cansancio y su solidaridad con compañeros, como cuando escribió un largo desahogo y subió la foto de un repositor cansado tirado en el piso. 

-¿Te parece a vos subir esa foto? A la gente de la empresa me parece que no le va a gustar. Da una mala imagen.

-Es una imagen real. Son mis redes sociales. Yo ni siquiera se lo pedía a la empresa. Le pido a la gente que también nos reconozca. 

-Yo que vos lo borraría, porque acá nos enteramos todos. 

De cagona lo borró, pero sería la última vez. 

Para junio ya no comía, el cansancio se acumulaba. Empezó a pronunciarse. 

-Necesito estar en mi casa. Necesito estar con mis hijos. 

Uno de los detonantes para cambiar la actitud y hacer saber que conoce sus derechos fue cuando 4 camioneros le exigieron que les pagara y no la dejaban salir. Ella sola no podía resolverlo y las autoridades no estaban. Fue la gota que rebalsó el vaso. 

-Dejo todo abierto y que se vayan al carajo. Yo no puedo cambiar mi pensamiento porque no les guste. 

 

¿Embarazada? ¿Decreto?

Mientras estaba embarazada la hicieron ir al obstetra, en Paternal, a 38 kilómetros de su casa. Cada mes tenía que volver para confirmarle a Coto que seguía embarazada. 

-¿Vos tenés algún problema por el cual no trabajás?

Nadie le informaba qué tenía que hacer. Ni sus superiores ni en la central. Ella tenía que averiguar y buscar cuándo se le vencía el plazo para volver a constatar que seguía embarazada. 

 

ORGANIZACIÓN SINDICAL

Melisa vio una sola vez en nueve años -y en distintas sucursales- una elección de delegados, y no la dejaron votar porque ya había fichado su salida. 

En los pasillos: 

-Ni te gastes en votar, porque siempre ganan ellos. Son las mismas personas.

-No te postules porque te van a echar. 

Mitos y verdades

Como la pandemia puso sobre la mesa la desigualdad tanto frente al virus como frente a la crisis económica aparejada, Coto y otros supermercados se lanzaron a la ofensiva para no pagar impuestos. Hicieron circular la información de los gastos que debían enfrentar para adaptarse a la pandemia. Que adecuaron sus locales, que los protocolos sanitarios, que la contratación de más personal para cubrir licenciades y ausentes. 

Es cierto que contrataron más gente, pero para Melisa y sus 22 mil compañeros, no representó ningún alivio. Los nuevos entraron de a tandas enormes sin ningún tipo de capacitación, tarea que cayó sobre los que ya estaban cubriendo más de un puesto y pasaban un mínimo de 12 horas encerrados en un cuarto sin ventilación y sucio.

-Te los tiraban como “tomá, estas son 10 personas, explicales”. Eso era bastante jodido porque tenías que tratar de hacer el trabajo tuyo que sabías, hacer el trabajo de 3 o o 4 personas más y encima enseñarles, y enseñarles bien, porque si les enseñabas mal también te cagaban a pedos. Pobres pibes. Entraban en el turno noche y ni sabían qué tenían que hacer. Estábamos trabajando y en la medida en que podíamos, picoteábamos una empanada. Pasábamos producto por una caja y comíamos una empanada. No teníamos un corte de media hora para comer y volver. 

-No digas nada al jefe que me fui.

El control y disciplinamiento era tal, que si se llegaban a levantar para ir a comer, después tenían que devolver el tiempo invertido. 

Eran muchas horas, pero muuuuchas horas, y el trabajo era constante y pesado. Levantar canastos con mercadería, correr para la sucursal a buscar mercadería, subirla a los camiones. “Yo no lo tenía que hacer por ser encargada, pero lo hacía igual”. 

Dicen que el cuerpo tiene memoria. Una y otra vez Melisa se acuerda del cansancio de sus pies. Para descansar los pies había una sola posibilidad: ir al baño. Pero tampoco era tan fácil. También esta actividad fisiológica necesitaba la cobertura de un compañero.

¿Y los protocolos? Unos tenían guantes. Otros no. Los barbijos irritaban. 20 barbijos eran distribuidos entre todo el personal del Coto de Tortugas para trabajar durante 8, 10 o 12 horas. 

Caso testigo

A mí me quisieron arreglar. El delegado me vendió. Hijo de puta. Lo odio. Rubén. Me quiso vender por 800 mil pesos. Me hicieron vivir el drama de mi vida. Me amenazaron. Me encerraron en gerencia una hora y media. Se metieron con mis hijos. Me dijeron de todo: que no iba a conseguir laburo en ningún lado porque me iba a quedar manchado el legajo, que si hacía juicio o iniciaba trámites legales en ningún trabajo me iban a tomar porque no toman gente que se mete en ese tipo de quilombos, que si no arreglaba me iba a ir sin un peso y no iba a tener para darles de comer a mis hijos, que la piensen porque con eso ellos se llenaban la panza, que lo piense por mi nene, porque él lo necesita para la terapia, que lo decían por mi bien. Yo estaba en shock. Me sentía como el ojete, me quería ir. 

-Yo no voy a firmar nada. Yo no voy a tirar 9 años a la basura para que vos te llenes los bolsillos- le pegó a la mesa y me echó a la mierda de la oficina. 

Al otro día el guardia de seguridad le pidió perdón, porque la conocía desde hacía 9 años, pero no podía hacer nada. No la dejó entrar. 

No la dejaron entrar, le pasaron las faltas y la despidieron por abandono de trabajo. 

Al día siguiente, el que no pudo entrar fue él. Lo habían visto por las cámaras conversando con la despedida y lo cambiaron de sucursal. 

Yo no te creo, Coto

Como no había tiempo ni para charlar, ni para comer, ni para ir al baño, nadie tenía oportunidad de mirar el celular. Cuando el gobierno dio un bono para empleados de comercio, juntaron a todos y empezaron: 

-Que por haberse puesto la camiseta, por haber trabajado en una época en la que nadie quería trabajar, que por el esfuerzo, que bla, bla, bla, les hemos concedido un bono de 6 mil pesos. 

El bono estaba limitado a compras en Coto. Así, Melisa ya sabe con quién se enfrenta. Si le preguntan si se arrepiente, si Coto tiene razón en meterte miedo, la tiene clara. 

-Todo lo que te dicen es mentira. Es algo que quieren instalar para que no te unas con tus compañeros para presentar alguna queja cuando las cosas no se están haciendo como corresponde. Te van cercando para que no hagas nada y seas full sometido. Hay que reclamar.