La noticia es que hay un numerito en los tableros de Wall Street que indica el precio del agua dulce en el mundo. ¿De dónde sacan ese índice? Lo llamaron Nasdaq Veles California Water (NQH20) y lo promedian en base a las cinco principales cuencas de agua dulce de California.

El agua es un recurso de relativa escasez, dicen a modo global sin profundizar demasiado. Y por eso mismo empezó a cotizar en la bolsa de valores. Porque obvian que el precio asignado permite una gestión del riesgo a futuro de la materia prima que va a faltar cada vez más: según el organismo específico de la ONU, 2000 millones de personas viven en países con graves problemas de acceso al agua y en el futuro dos tercios del planeta podrían experimentar escasez.

Al menos, esta vez, se molestaron en ensayar una excusa, un motivo. En Chile, en cambio, hace 40 años que el agua es una mercancía: se compra, se vende, se intercambia, se especula. Cauces enteros tienen dueño, e incluso desvían esos cauces a gusto: porque mejor llevar agua aquí y allá, para que la palta crezca linda y sana y de exportación. Qué importa si le cierran la canilla a miles de personas que ya no accederán a ningún curso de agua. Que la paguen -si pueden.

Entonces, junto al petróleo y el oro, el agua, ahora, cotiza en la bolsa. El agua que defienden en Mendoza y San Juan con su vida contra las mineras contaminantes, el agua que faltó en las villas bonaerenses para lavarse las manos durante 15 segundos y no esparcir el coronavirus -entre otros virus y pestes- por los pasillos. El agua, un derecho humano.

El elemento que ocupa el 60% de nuestro cuerpo. Algunos expertos del mercado afirman que es preferible ponerle precio que entregarla gratis, porque costando dinero será más cuidada. Así es el capitalismo, ¿no?

Pero como nunca se transportará agua, nunca será un producto importante de compra y venta en ninguna parte del mundo. Lo importante, afirman en decretos burocráticos, es que no sea utilizado como un servicio de bien público, porque esto genera que se use en exceso -qué interesante que, una vez más, se relacione el bien “público” directamente en función al gasto ¿no? Jamás a la necesidad.

Porque escasea, cotiza en Wall Street como lo hacen el petróleo, el oro y la soja -esa que obliga al monocultivo, arruina el suelo y recibe cálidos baños de veneno. Los que mandan desde sus oficinas -insistimos- definieron que es mejor ponerle precio que cuidarla. Para muches, esta noticia no sorprendió nada: siempre mejor mercantilizar el agua que regular la actividad de las grandes corporaciones para reducir los efectos de la actividad humana sobre el medioambiente.

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