Compartimos la experiencia vivida por Laura, empleada de una casa particular donde sobran lujos y escasean derechos

Laura buscaba trabajo en pleno marzo, al inicio de una pandemia que vino a profundizar las crisis de la economía que ya arrastrábamos. La economía de les trabajadores, no de todes. No la de los altos cargos de empresas privadas y del Estado. No la de Luis María Ribaya.

Luis Ribaya es un banquero de carrera, ex directivo del Galicia, y es uno de los mencionados en los famosos cuadernos de corrupción de “empresarios arrepentidos”. Fue un caso mediatizado entre la coima financiera y política que hace dos años investigaban Bonadio y Stornelli, a partir de préstamos sospechosos durante el kirchnerismo y financiamiento de campañas macristas.

Laura Báez buscaba trabajo, y por recomendación de una amiga se postuló para encargarse de las tareas domésticas de la familia Ribaya: padre, su pareja y el hijo treintañero de ella en una casa de tres pisos, un perro y muchísimas habitaciones. A los tres días de comenzar a trabajar, el presidente anunció que el país entraba en cuarentena. Ribaya le propuso pasar la cuarentena trabajando cama adentro, cuando la medida parecía que iba a durar dos semanas. Le dio dos opciones: que cobrara los tres días y perdiera el trabajo o que se quedara a pasar la cuarentena..Ella aceptó: le pareció una buena idea y necesitaba el trabajo. A medida que la desilusión se nos renovaba cada quince días con un nuevo anuncio de extensión, en la casa de los Ribaya las injusticias empezaban a aparecer. Laura ya no realizaba sus tareas de lunes a viernes; el señor y la señora decidieron que trabajaría también los sábados, por el mismo pago: el básico que cobraba desde marzo. Los empleadores también decidieron que no circularía libremente durante su jornada laboral ni en sus horas libres de la noche o los domingos, mucho menos tendría la llave del lugar donde vivía hacía meses.

Laura veía las injusticias pero buscaba “aguantar” unos meses más, pues la cuarentena había llegado para quedarse, y sabía que buscar otro trabajo iba a ser complicado. Al mismo tiempo, fue creciendo el nivel de maltrato verbal de su jefe. ¿La señora de la casa y su hijo? No intercedieron en su favor en ningún momento. Laura sufría además, como si fuera poco, todo tipo de dolores y molestias en la boca, hasta ahí llegó la violencia de su empleador, al prohibir que siguiera con su tratamiento de conducto, que había quedado a medias al inicio de la cuarentena, que para ella fue un cautiverio real.

Iban meses de encierro y Laura la estaba pasando mal. Sentía cada vez más exigencias y maltrato del banquero, fue privada de su libertad por períodos largos, sin poder salir por razones personales ni de ningún tipo. La excusa del jefe para aislarla en su casa era la posibilidad de contagio de COVID, pero él y su mujer viajaron a Entre Ríos más de una vez. Durante esos viajes, a Laura solamente le dejaban una lista inmensa de quehaceres y ninguna llave de la casa. El joven hijo debía abrir y cerrar la puerta si ella necesitaba salir, previa autorización. En varias ocasiones, cuando se pasaba de tiempo, la llamaban inquisitivamente para que volviera, le preguntaban a quién había visto.

Alguna vez, Laura respondió al maltrato de su jefe pidiendo que le hablara bien. Las primeras veces él se disculpaba, las siguientes afirmaba que esa era su forma de hablar. La última ocasión fue unas horas antes de que entrara la policía a sacarla de la casa.

Cuando estaban por cenar sopa el banquero y compañía, el dueño de casa descubrió que no quedaba queso rallado y comenzó a gritarle, porque ella debía haberlo comprado. A su pedido de conversar luego de la cena, él respondió con más maltrato. Sus palabras se hilvanaron y terminó violentando con su tono e insultos mientras su mujer permanecía en silencio. El señor Luis María Ribaya exigió a su empleada que se fuera de la casa, y llamó a la policía. Laura no podía creer lo que estaba pasando mientras guardaba todas sus pertenencias de los últimos cinco meses, y una de las policías la esperaba fuera de su habitación. No fue sino ver y escuchar las mentiras de su jefe a las oficiales: afirmaba que temía por su bienestar físico. A ella, lo último que le dijo fue un agravio, le dijo ignorante.

Pero ella no ignoraba ni un poco que el infierno que vivía en esa casa estaba plagada de injusticias, ni sus amigues dejaban pasar la oportunidad de comentárselo. Ella lo sabía, pero tenía la intención de aguantar y poder mantener ese ingreso un tiempo más, como muches otres tienen que tolerar condiciones prehistóricas de trabajo. Su ex empleador no le permitió ni aguantar, después de cinco meses de tenerla cautiva, la echaron como a un perro.

En los meses más álgidos de la cuarentena, cuando muches en el mundo extrañábamos compartir el mate y no teníamos ni idea qué pasaría, empleadores como este abrumaban con injusticias a trabajadorxs que “le ponían garra”, como hacía Laura semana tras semana aguantando esas condiciones denigrantes que la oprimieron durante cinco meses. En otra casa de otro ejecutivo de la provincia de Buenos Aires, una empleada doméstica entraba en el baúl de un auto a un barrio cerrado, quizás ignorando la ilegitimidad del acto, o quizás sabiendo, porque muchas veces la necesidad propone y el jefe dispone.

Esa noche, mientras con su valija buscaba un Uber y la aceptación de alguna amiga para quedarse en su casa, nos contactó. Y desde ese momento, nos comprometimos a acompañarla en todo su reclamo. La denuncia legal está en proceso y no la detendremos hasta que sea indemnizada como corresponde, pero quisimos también contar su relato.

No es suficiente ningún expediente jurídico aislado para frenar la impunidad de los empresarios que son dueños de casas, de cuentas, de préstamos o cuadernos, pero sobre todo de personas. Sus apellidos inundan las páginas de revistas tendenciosas que van y vuelven en rosqueo de grupos multimedia que disputan el gobierno. Dicen que puso plata en la campaña macrista de Entre Ríos en el 2017, que era el amigo de De Vido, que participaba en negociados alrededor de la Energía, que movía las coimas del Galicia durante el kirchnerismo, pero ninguna nota de revista habla de los señores como Ribaya, que hacen lo que quieren con el tiempo -y las vidas- de su empleadas, que las encierran y maltratan, que les gritan porque no hay queso rallado y que, finalmente, las echan a la calle en plena oscuridad.

Los hechos denunciados en la presente son parte del reclamo laboral de Laura, que se encuentra actualmente en curso, y la información publicada en los medios detallados. No buscamos estigmatización alguna del demandado, sino reparación a la trabajadora por lo padecido.

Laura compartió con nosotres su experiencia y sus sentires de esos cinco meses. Lo hizo convencida, desde que le cayó la ficha “de todo lo que había vivido”, de que esto “debía conocerse para que nunca le pase a nadie más”.

Algunas de las fuentes que revisamos fueron:

https://www.lapoliticaonline.com/nota/114606-exclusivo-ribaya-negocia-arrepentirse-y-tiembla-el-banco-galicia/
http://www.noticiauno.com.ar/nota/3911-Un-arrepentido-de-los-cuadernos-de-la-corrupcion-financio-la-campaa-de-Benedetti

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