Mario Juliano era juez penalista de la ciudad de Necochea. Un título que, en principio, marca cierta distancia. Sobre todo entre quienes desconfiamos de la justicia.

Pero él se encargó de sortear esa grieta. Mario militó y trabajó por los derechos de las personas privadas de su libertad, se expresaba públicamente sobre su deseo de despenalizar el consumo de cannabis y dejar de criminalizar a las víctimas de un sistema desigual e injusto. Él mismo dijo: “el cultivo personal de marihuana evita el narcotráfico”.

El principio básico de su ejercicio de la justicia era la defensa de los derechos humanos sin mirar el rostro u origen de nadie. En esa lógica creó y dirigió APP (Asociación de Pensamiento Penal). Mario se animó a romper las pautas formales, conservadoras y punitivas imperantes.

Como juez penal, organizó y garantizó que las personas privadas de su libertad accedan a talleres laborales e incluso a alimentos. Algo tan básico pero que, sin la participación de Mario, todavía sería imposible.

También se plantó de frente a la campaña promovida por el Frente Renovador y otros punitivistas al respecto de los “jueces sacapresos”. Sostuvo que con esa campaña “se nos está presionando con que si uno firma una excarcelación deberá afrontar un juicio político, en caso de que Massa asumiera la presidencia de la república“.

Por el contrario, planteaba que “la tarea de los jueces es establecer, cuando corresponde, un régimen de progresividad a la pena. Es decir, se pasa de un régimen más severo y riguroso a un régimen de mayores liberalidades.

Un aspecto poco conocido de Mario fueron las críticas realizadas hacia la profesión que eligió y de la cual tenemos algunes representantes en La Defe. Dijo al respecto: “tengo la impresión que los abogados (siempre muy vinculados al poder) hemos sabido armar un circo y una parafernalia para justificarnos y, principalmente, justificar un medio de vida, pero que en realidad nuestro saber se encuentra muy vinculado a la práctica, a la experiencia y a la medida de nuestras inquietudes, curiosidades e inclinaciones culturales, todo lo cual no es ajeno a cualquier ciudadano con parecidas inquietudes. […] Conozco varios amigos míos (supongo que al resto le podrá suceder algo parecido) que estoy seguro que sin tener el título de abogados se desempeñarían mucho mejor como abogados que varios abogados que tienen el título de tales y que son indignos para el ejercicio de la profesión”.

En ese sentido: “veo abogados poco propensos a la empatía, a ponerse en el lugar del otro y tratar de buscar soluciones a los conflictos que llegan a sus manos. La cultura inculcada desde la universidad, y hasta del estereotipo del abogado, de lo que se supone debe ser y actuar un abogado, se encuentra claramente orientada a la confrontación, al pleito y el litigio. Y, lo que es más triste, es que en esta batalla el cliente suele convertirse en un medio o herramienta de la confrontación, donde sus verdaderos intereses terminan importando poco o nada. Los años que demanda tramitar cuestiones de una relativa sencillez hablan a las claras de esa afirmación”. Esto lo dijo hace dos años.

Hace un año, en una columna para Cosecha Roja, escribió: “Desde mi perspectiva la abogacía se debe un debate profundo acerca de su rol en la sociedad contemporánea y sus aportes (o la falta de ellos) para contribuir a la convivencia y la pacificación, críticas de las que, por supuesto, no me considero exento”.

De civil, Mario también vivió para los demás: realizaba cruzadas solidarias, acompañaba a mujeres víctimas de violencia de género e intentaba achicar, al menos un poco, la brecha donde el Estado entierra a los nadies.

Hoy Mario falleció. Estaba en medio de una de sus acciones solidarias: correr 280 kilómetros para recaudar fondos y construir una casa para una mujer y sus ocho hijos.

Murió como vivió: pensando en el otro. Nos deja sus enseñanzas y una enorme coherencia.

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