Olimar tiene 32 años, nació en el Estado de Barinas, Venezuela, y es Licenciada en educación de geografía e historia. Trabajó como docente en colegios privados hasta que su universidad abrió concursos de postulación, donde logró ingresar gracias a su promedio. Sin embargo, debido a su complicada situación socioeconómica, decidió irse del país en enero de 2018, cuando tenía 28 años.
Si bien en el sector público de Venezuela el aguinaldo se cobra como tres meses juntos del salario, Olimar nos cuenta que con ese dinero ni siquiera podía arreglar su auto. A este panorama se le sumaron tres robos que sufrió con poco tiempo de diferencia, un problema que, según ella, es recurrente en Venezuela.
En 2016, su círculo íntimo comenzó a abandonar el país y dos años después ella eligió la Argentina como destino ¿Por qué esta nación? “Consumía mucho la publicidad argentina y habían comediantes de stand up en Comedy Central que se burlaban de su propia vida y yo decía: ¡cónchale! como que me gusta el humor argentino”, nos contesta. El otro motivo fue la UBA, donde quiere estudiar Ciencias de Datos o Ciencias de la Computación, por lo que ya empezó los trámites para legalizar su título de bachiller. En marzo de 2018, solicitó una cita para poder radicarse acá recién en octubre del mismo año.
En medio de un debate en el que se estaba analizando cerrar la frontera entre Venezuela y Colombia, Olimar decidió subirse a un colectivo hacia Ecuador con dinero prestado de una amiga que ya estaba instalada allí. Su idea era trabajar y ahorrar para luego viajar a la Argentina. Cuando llegó a Ecuador conoció a una familia que la ayudó a reunir plata para el viaje, ya que no le cobraron ni la estadía de la casa ni la comida. No obstante, sólo consiguió trabajos precarios: cuidado de personas discapacitadas, limpieza de casas y el último como secretaria, en el que llegó a hacer tareas que no estaban contempladas en su cargo y hasta recibió maltratos por parte de su jefe.
La señora que le dio lugar en la casa, quien también había trabajado con ese empleador, la ayudó a buscar un empleo de moza, en el que duró tres meses tras un cumplir un horario de 3.30 de la mañana hasta las 3 de la tarde y de 2.30 de la mañana a 2 de la tarde.
El país del humor y la cultura
Olimar llegó a charlar con un amigo de la infancia sobre si finalmente emigrar a la Argentina o a Chile. Su inclinación hacia la primera opción se dio porque nuestro país le llamó la atención por la cultura “o por lo menos eso que te vende la tele de lo que es la Argentina”, nos dice entre risas. Un amigo suyo que vino un año antes la recibió en una residencia ubicada en Villa Devoto, donde vivió en una habitación durante seis meses con él, un colombiano y un chileno, estos últimos estudiantes de la UBA.
Apenas llegó a la Ciudad de Buenos Aires se sintió abrumada por su inmensidad y lo primero que pensó fue: “yo no tengo la experiencia ni la preparación como para conseguir algo bueno”. Estuvo dos meses buscando trabajo “de lo que sea” hasta que la llamaron de un restaurante ubicado en Puerto Madero para trabajar de moza. La gran mayoría de los empleados de este local, que a Olimar le quedaba a una hora y media de viaje, eran venezolanos. Al principio, ella pensó que esto se debía a la “bondad” del lugar o porque sus compatriotas se estaban “portando bien”, pero pronto se dio cuenta de la realidad: “Mi amigo me dijo: vete con cuidado porque cuando vas a una empresa donde hay muchos extranjeros por lo general no les pagan bien”. En aquel momento, el salario mínimo estaba en 8.300 pesos y a ella le ofrecieron 8.000 y el resto en propinas. “Estaba ilusionada porque como es una de las zonas más pudientes de Buenos Aires pensé que seguramente me iban a pagar bien”, comenta.
Su siguiente trabajo lo consiguió a través de una fundación llamada “Vivamos”, que se encarga de buscar personas para que cuiden a otras personas. Aquí también la mayoría de los laburantes eran venezolanos. Olimar cuidó varios días a una señora que estaba prácticamente en cama por un sueldo de 25.000 pesos, que eran tres salarios mínimos, lo mejor que había encontrado desde que salió del país. Luego, pasó a trabajar durante casi un año con una familia que si bien la trató de “maravilla”, no la pusieron en blanco y tenía que estar todos los días en una casa ajena y solo podía salir una noche en la semana.
Ante el agotamiento psíquico y físico que comenzó a sufrir aquí, decidió buscar nuevamente laburo y le salió una chance en la cadena de kioscos Open25. “Estaba consciente de las 12 horas, pero no sabía que no pagan ni los feriados ni domingos. Entonces, a medida que iba pasando la cuestión pensaba: dónde me metí”, rememora. Justo cuando tomó la decisión de irse para trabajar “de lo que sea”, llegó en marzo de 2020 la pandemia de COVID-19. Por miedo a no conseguir otro laburo, decidió quedarse hasta julio, cuando se contactó con La Defe para recibir asesoramiento legal sobre sus derechos laborales incumplidos en Open25.
Olimar volvió a tocar las puertas en la fundación “Vivamos”, donde se había ido en buenos términos, y empezó a trabajar con otra familia hasta el 31 de diciembre de 2020. “Me sentía deprimida porque no encontraba mi lugar. Hablé con mi amigo, que me ofreció vivir en su casa y me dijo que no me preocupe por el techo y la comida, que me dedique a conseguir un trabajo donde me sienta cómoda”, nos relata. Tres meses después, la llamaron de una farmacia para una entrevista laboral.
Una vez que finalizó la entrevista, le agarró un ataque de nervios y empezó a averiguar cómo volver a su país porque sintió que en Argentina no pudo “conseguir lo que estaba buscando”. Sin embargo, al día siguiente la llamaron y quedó. El laburo es en blanco y de lunes a sábados con una carga horaria de 8 horas y una de descanso. “Fue como volver a respirar. Es el mejor trabajo que he tenido desde que salí de Venezuela”, resalta.
Experiencias y enseñanzas de migrar
En cuanto a sus expectativas previas a migrar, recuerda que recibió muchas historias positivas de compatriotas que presumían de que en dos o tres meses consiguieron buenos trabajos y hasta comprar un coche. “Creo que hay que irse con la mentalidad de que probablemente te lleve años estabilizarte y de que cada historia es distinta. Hay gente que gracias a su preparación académica y experiencia en unos meses consiguen muy buenos trabajos. Todo lo que viví fue muy distinto”, asegura. Asimismo, plantea que es necesaria “mucha fortaleza mental” frente a las adversidades que puedan surgir, al tiempo que resulta fundamental respetar la cultura del país al que se llega.
“Lamentablemente uno también pasa la vergüenza de que hay compatriotas que no se comportan bien. Supe de una venezolana que robó a una persona que la contrató y también de otros que han criticado la comida del lugar. Hay que ser delicado porque sino comienzas a generar desprecio hacia la comunidad a la que estás llegando y eso repercute sobre el otro que no tiene la culpa y le dificulta las cosas”, puntualiza.
Por otra parte, advierte acerca del sufrimiento relacionado al desarraigo: “Conozco el caso de una venezolana con la que vivía en la residencia que se vino muy entusiasmada y a los meses se tuvo que regresar porque entró en depresión, ya que no podía estar sin su hijo. A su vez, conocí el caso de un amigo que de lejos parecía que tenía estabilidad económica, pero resulta que también cayó en depresión y se terminó tirando de una azotea. El único contacto que tenía acá era su primo, quien tuvo que reconocer el cuerpo”.
Si bien Olimar nunca perdió el contacto con su hermano y sus padres, siempre trató de no brindarles demasiados detalles en los momentos más difíciles para no preocuparlos. Las remesas se las envía a su hermano, con quien tiene una comunicación más fluida, ya que a sus padres de 66 y 67 años les cuesta el uso de whatsapp y la tecnología en general.
Respecto a la cultura argentina, subraya que acá las personas son “muy generosas”, además de “muy apasionadas” y “efusivas”. En este sentido, ejemplifica: “Hay cosas que tal vez a mí no me afectan tanto y si veo que para ustedes es muy importante o que la sienten mucho más de lo que yo lo podía sentir. Un compañero comentó que le agarraron la birome y que a él eso no le gusta porque cuando estudiaba medicina tenía un trauma porque los doctores le agarraban la birome y no se qué… y eso fue una revolución en la farmacia. Yo me quedé como: bueno, ¿Tanta pasión por una birome?”.