Siempre escuchamos hablar de “la justicia”. Que no llega, que falla, que es injusta, que demora. Que tiene una venda que se pone y se saca a voluntad, como un nene que no quiere perder a la escondida y pispea cuando nadie lo ve. Somos muchas veces parte de quienes la critican e intentan, con mayor o menor exito, explicarla. Y sí, efectivamente el sistema judicial hace agua por todos lados y no contiene ni protege a acusados ni acusadores. Pero alguna vez nos preguntamos ¿Qué es la justicia? ¿Quienes la imparten? ý  lo más interesante: ¿Para qué?

Pero empecemos por algo: Justicia no es venganza. No es causar el mismo daño que hemos recibido a la persona que lo causó. El dolor de una pérdida no se compensa causando otra. Los sufrimientos no se anulan entre sí, como las X de una ecuación. Las pérdidas se suman y multiplican, siempre, aunque haya sectores que se alimentan del odio queriendo convencernos de lo contrario.

Para que haya justicia necesitamos un poder judicial íntegro, capaz de resolver sobre nuestras vidas con imparcialidad e independencia. Jueces que no respondan a intereses políticos de la derecha, el empresariado, los medios hegemónicos de comunicación y los magnates europeos que compran nuestras tierras y lagos.

Pero ¿qué podemos esperar de un poder creado especialmente por y para que los sectores privilegiados de nuestro país se sostengan como tales? ¿No es acaso el poder judicial el que garantiza, por excelencia, la defensa de los intereses de las clases dominantes por sobre los derechos más básicos de las dominadas?

No tenemos soluciones mágicas ni respuestas masticadas para ofrecer. Sí proponemos reflexionar sobre qué justicia deseamos y cómo construirla. Un comienzo puede ser exigir jueces imparciales que no arreglen sentencias por telegram con la oposición. Medios de comunicación que elijan la información consciente y responsable antes del morbo y la sangre. Es urgente repensar desde las bases un sistema que tal como está sólo garantiza y reproduce desigualdades de clase y color para que los pobres llenen las cárceles, los laburantes odien a los pobres (y pidan por su encarcelamiento sin mayores observaciones) y los ricos sean cada vez más dueños de todo.