Todavía no cumplo 30 años y ya viví en cuatro provincias, cinco ciudades y más de una quincena de casas. Hace más de cinco años vivo en CABA. Vine de Mendoza cuando me recibí de abogada con la intención de crecer profesional y personalmente, como muches de les que llegan a esta ciudad. 

¿Acaso no están hechas para esto las capitales? ¿No son los sitios elegidos para centralizar hasta el absurdo el poder, el dinero, los empleos, los estudios? Las decisiones y las oportunidades, bah.

Para quienes crecimos en pueblos con menos de 50.000 habitantes llegar a Buenos Aires es un golpe de realidad difícil de explicar.

Las desigualdades se expanden y ocupan cada rincón.

Hay un lenguaje de quienes “son de acá” que no comprendemos. El mal talante de la gente, el instinto discutidor y el ímpetu del yo primero que despliegan en todo.

Laburé desde chica y de muchas cosas. Eso de laburar de lo que conseguís en una ciudad grande tiene matices. Trabajar en Capital sin vivir acá es un suplicio y aún así a nadie parece importarle. Nadie hace nada para cambiarlo. Más bien todo lo contrario. Les laburantes que cruzan la Gral. Paz todos los días son los más vulnerados en sus derechos y quienes mayor esfuerzo hacen para sostener empleos precarios. Un poco por eso por estos días estamos tramitando una matrícula profesional para ejercer como bogas en PBA. La mayoría de nuestros acompañades son de allí. Claro que no es casual, lo sabemos. 

Avanzaremos en este sentido para discutir lo que la realidad nos impone: la ciudad no puede contener a quienes trabajan en y para ella porque no es rentable. Por eso se multiplican los desalojos y rematan edificios del Estado para garantizar desarrollo inmobiliario. Construirán más torres de cartón con decenas de departamentos de 40 metros cuadrados para alquilar en dólares y garantizar que ningún laburante pueda pagarlo.

Quienes viajan dos horas para llegar al trabajo y otras dos para volver a casa al final del día lo entienden mejor que cualquiera: Las capitales no están hechas para les laburantes. Por el contrario son, en buena medida, la expresión máxima de un sistema que nos prefiere aislades. Muchos monoambientes. Pocos espacios públicos comunes. ¿Para qué necesitaríamos más plazas, centros comunitarios o espacios de organización colectiva? 

Pero ante el avance del neoliberalismo y el individualismo egoísta como única forma de vivir nuestras vidas, respondemos con división. La batalla cotidiana entre quienes se autoperciben “porteñes” y quienes se definen “del conurbano” no solo es (a ojos de esta pueblerina) infértil, sino que garantiza lo obvio: No podamos aunar fuerzas para luchar contra los verdaderos enemigos de la clase laburante. No cometamos el grave error de entrar en esa lógica inútil de medianeras para quienes compartimos clase social, esfuerzos y utopías.

Ante tanta insistencia por seguir levantando medianeras, se impone como única respuesta otro tipo de construcción: La de una salida colectiva.