Quienes somos generación +30 crecimos con la idea de la casa propia, el patiecito para leer y ver jugar a los perros. Esfuerzo, trabajo, más trabajo y meritocracia es la fórmula perfecta. Y si, algunes lo lograron. Ya sabemos que existen las excepciones del primo de la vecina que pudo lograrlo; que para algunos no hay imposibles si uno se lo pide al universo. A mí el universo no me escucha, quizás hablamos idiomas distintos.
Pasé años sin calificar para un crédito del Estado. Sueldo promedio y soltera, sin hijos. Una combinación diabólica para el mercado inmobiliario y para el conservadurismo. Abandoné la posibilidad hace bastante hasta la semana pasada que me ilusioné nuevamente.
El sistema del Procrear me permite llenar la planilla. Voy por cuatro pasos de cinco. Uff, adrenalina, nunca había llegado tan lejos. Lleno la cuarta pantalla y… Un disparo en el pecho dolía menos: “Luego del análisis realizado, identificamos que los ingresos del grupo familiar no cumplen con los requisitos del programa”. ¿Qué pretenden ustedes de mí? Ah, ya sé. Que conviva con alguien que tenga un sueldo promedio para juntarlo con el mío, que formemos una familia con dos pibes que jueguen en el balcón o en el patio. Los hijos que jamás planifiqué me sirven para calificar en un crédito del Estado- con una pareja, obvio porque madre soltera también es mala palabra-. Se me esconden las trompas de falopio y se me hunde el pecho. Ojo, también podría tener un re sueldo de 300 lucas en una multinacional de esas que entrás a la oficina de Puerto Madero poniendo la huella del dedo pulgar. Pero elegí ser periodista porque no paro de coleccionar desgracias (sisi, ya sé que eso es culpa mía, gracias) y encima el sistema no me permite calificar sin una planificación católica de familia ideal a cuestas. Me empujan y yo me corro, no vaya a ser cosa que termine cayendo en donde quieren.
La casa propia para mí queda en mi imaginario ideal, como un cuentito de los hermanos Grimm endulzado con kilos de miel marca Disney.
Y si, ya sé que en otros lados hay más posibilidades, pero yo me quiero quedar acá, con el Obelisco y el olor a meo de la línea B. No me sigan expulsando.