Rodrigo Ferreiro es Licenciado en Comunicación Social y docente de nivel primario, secundario y terciario. Pero también es delegado sindical en ADEMYS INTEC y periodista alternativo. Y antes fue un montón de cosas: quizás, la más significativa, es que la transición entre su adolescencia y adultez fue durante el final del menemismo, el corto y explosivo gobierno de la Alianza y el incipiente kirchnerismo, con todo lo que eso implica.

El fin de esta nota es profundizar en la subjetividad de trabajadorxs para, por supuesto, reivindicarlas. Pero la historia de Rodrigo es un vericueto imposible de esquivar: quizás el camino fácil sería centrarnos en su actualidad docente y todxs contentxs. Pero hay tanto más para ver.

Dice el psicoanalista Juan Carlos Volnovich en el libro “Pensar Cromañón, debates a la orilla de la muerte joven: rock, política y derechos humanos”: Tengo la impresión de que Cromañón no fue otra cosa que la punta de un iceberg que corresponde casi a una metáfora de la situación de los jóvenes en nuestro país y en el mundo. […] No solamente se repiten pequeños cromañones sino que, por el contrario, son enormes, inconmensurablemente grandes los cromañones que han sucedido y están sucediendo en este momento. Episodios que, en última instancia, suponen la necesidad que tiene el sistema de que los jóvenes sean exterminados, aniquilados, incinerados, abolidos.”

¿Cómo es adolecer en una Argentina que agoniza, que no termina de despegar nunca, que pasa de mano en mano como una brasa caliente? ¿Cuáles son las cicatrices -visibles o no- que dejan el Argentinazo y la Masacre de Cromañón -dos eventos que marcaron la época- en un cuerpo joven?

¿Cómo fue el recorrido hasta encontrar tu laburo actual?

Empecé a trabajar con changas por amigos de mi viejo. Fue en el 2001, o un poco antes, en el ‘99, que no había terminado el secundario y alguna changuita me permitía comprarme una bici, por ejemplo. El jefe de mi viejo tenía un campo y hacían encuentros donde necesitaban alguien que hiciera algunos juegos. Yo no soy muy divertido, pero necesitaban coordinar grupos y me tiraban unos mangos… capaz cien pesos que en esa época era un montón para un pibe. 

El trabajo más formal fue en 2003, como cajero de COTO. Ahí estuve hasta 2007. Cuando arranqué a laburar había ganado Néstor Kirchner y la economía remontaba un poco, eran años de mucho trabajo. La gente compraba los fines de semana, que había descuento, y se llenaba el supermercado.

Era un trabajo de mierda. Me queda algún que otro amigo de ahí porque, por supuesto, no es sinónimo de que no puedas congeniar con nadie. Yo tenía 21 años, era cajero y me referenciaba mucho con los cadetes, que tenían mi edad. Era raro que entrara como cajero y no como cadete porque en general eran más grandes que yo. Fue muy tediosa la última parte porque uno ya flashea que se va a morir en ese trabajo. Era muy joven, estaba estudiando Comunicación y me servía. Pero trabajaba los fines de semana y eso me generaba mucha angustia porque veía que otros amigos míos salían y yo me tenía que acostar temprano.

Más allá de ser un trabajo de mierda me llevo algunos recuerdos de COTO, más que nada de mis compañeros, de ser un pibe y tener mi primer experiencia laboral cerca del barrio. Fue el puntapié inicial para la vida trabajadora, siempre digo lo mismo: antes de leer Marx yo ya era intrínsecamente marxista porque odiaba a la patronal. Ese odio que hoy sigo sintiendo la patronal empezó ahí, porque se sufre mucho la explotación laboral en COTO. Y es el día de hoy que voy a comprar a ese lugar -muy esporádicamente porque no me gusta- que si yo veo a alguno que todavía está desde la época que yo estaba me da tristeza, porque son pibes y pibas que no se pudieron ir y probablemente no consigan otro laburo, y no es un laburo para estar toda tu vida. 

Por otro lado, en ese momento empecé a trabajar en periodismo, -no me pagaban- pero empecé a laburar en la radio haciendo coberturas de partidos de ascenso con un grupito de pibes como yo. Entonces COTO me permitió tener ese dinero para costearme los viáticos, para hacer radio y trabajar en una revista barrial. Yo vivía solo en ese momento porque mis viejos vivían en España, el trabajo me permitió sostenerme para hacer lo demás. 

Y ahí empecé a descubrir el mundo de la facultad de Sociales de la UBA de noche, que es un mundo más de gente que labura, era otro el nivel, los profesores venían también más cansados porque venían de trabajar en otros lugares. 

¿Cómo fue la transición de tu adolescencia a la adultez en ese 2001, donde te quedabas en la calle sin laburo, o 2004, donde ibas a un recital y te podías morir, como pasó en Cromañón? 

Yo entré en el secundario en el ‘95, durante la segunda presidencia del señor que acaba de morir y que Dios no lo largue. Así que fue el auge del menemismo y la caída después -aunque volvió a ganar en el 2003- pero fue una época difícil. Hice el CBC en el 2001, cuando se estaba cayendo el país a pedazos. A veces me preguntaba ¿qué carajo estoy haciendo estudiando?

Y en ese país que se iba a la mierda me acuerdo en diciembre estar sentado caceroleando en Floresta, o tomando una cerveza entre 4 y viendo gente de unos 30 o 40 años, la edad que yo tengo ahora, tomando nafta. Hace poco vi a un pibe tomando nafta y me hizo pensar que estamos otra vez cerca del abismo. Había un nivel de descomposición social muy grande. Y Cromañón fue como una trompada, fue crónica de una muerte anunciada. Todos los pibes que íbamos a recitales de ese estilo sabíamos que podíamos morir ahí. La piba o el pibe que le gustaba el rock en esa época no puede decir que su vida no corrió riesgo, si íbamos a ver rock a cualquier lado. Cromañón era algo latente. En mi caso tuve personas conocidas de la facultad y del barrio que murieron en Cromañón y eso nos marcó mucho en 2001 y en 2004 a una generación de formas distintas. Porque yo creo que 2004 fue una tragedia, pero 2001 no fue todo tragedia y angustia, sino que también hubo resistencia, insistencia y  revuelta. 

Ingresé en la vida laboral en un momento que había una recomposición, ya sabemos a costa de qué: de la soja, agrotóxicos y demás. Y en ese sentido tuve buena suerte porque empecé a trabajar en blanco, y después, en 2007, di un gran salto al entrar al banco. Ahí fue un cambio muy significativo. Yo me acuerdo de un diálogo con mi jefa de cajas en COTO cuando me anuncian, a principios de 2007, que ya había entrado en el banco: cuando me está despidiendo me dice bueno, al menos uno de nosotros llegó. A mí se me duplicó el sueldo en una semana, fue un cambio importante y plafón hacia otras búsquedas. Mientras seguí estudiando comunicación; tardé 15 años en graduarme. Con altibajos, con golpes y con lo que cuesta ser laburante y estudiar, yo seguía.

¿Tu objetivo en ese momento era estar donde estás hoy?

Cuando entré a la carrera mi objetivo era trabajar en el mundo periodístico, después me di cuenta que era muy difícil vivir del periodismo. Era posible, pero no fácil. Además fui descubriendo un tipo de periodismo que era el que a mi me gustaba, que lo hacía más difícil vivir de eso, aunque sé que hay compañeros que lo hacen y está buenísimo.

Hubo un año muy trascendente para mi que fue el 2010. Cuando entré en el banco fue una etapa de mucha felicidad porque me había ido de COTO, empecé a ahorrar y vivía con mis viejos que ya habían vuelto de España. Empecé a ahorrar para comprarme un departamento, por el concepto de casa más allá de lo material. En ese momento no era tan difícil, la clase media tenía acceso a un crédito hipotecario y con mi compañera, que la conocía hacía un montón, teníamos esas ideas y lo pudimos lograr. Nosotros compramos un departamento con un crédito en 2010 y yo en 2011 me fui del banco. Evidentemente cumplí el primer objetivo, o el más rápido, y a los 2 años me recibí de profesor. Cuando pude tener mi casa, y la suerte de sacar el crédito, dije no quiero ser bancario toda mi vida, quiero trabajar de algo que tenga que ver con lo que estoy estudiando, y ahí fue cuando descubrí el trabajo en La Matanza. 

Con el bachillerato popular había conocido el mundo educativo, que me gustó. Y ahí decidí empezar el profesorado, que eran unas materias más de la carrera. A finales de 2013 lo terminé. Fue un año de mucho cambio porque por diferencias políticas me fui del bachillerato, porque escribí el libro “Soy Luciano” (sobre la desaparición y asesinato de Luciano Arruga a manos de la policía bonaerense, en 2009), porque conocí a un montón de compañeros con las que hoy hago radio y periodismo alternativo y porque terminé un profesorado, que me abrió la puerta para trabajar en educación como nunca lo había hecho antes. 

Al poco tiempo, en 2014, entré en INTEC de facilitador. Al toque empecé como profesor en escuela media y pasé a tener 3 trabajos de la nada, porque también trabajé en el Programa Adolescencia durante parte de ese año. En paralelo también empecé a hacer el programa de radio de familiares y amigos de Luciano. Entonces el 2013/2014 fue un año de mucha transición en mis objetivos y desde ya vincularme en una causa que es la denuncia de la represión estatal en democracia, en la que ya van 8 años y no la abandoné porque es algo que me interesa, no solo como una posición política, sino que hay un deseo y sigo en ese tránsito sin olvidarme, por eso decidí ser delegado en el laburo, que soy un trabajador. Vos me decís ¿cómo te definís? y yo te digo que como un trabajador de la educación. 

¿Qué significa ser trabajador de la educación en este país?

Significa, antes que nada, ser trabajador. Y lo digo teniendo en cuenta que a gran parte de la clase trabajadora de Argentina le cuesta llegar a fin de mes. Hay cuestiones vinculadas con el sacrificio… hace poco aumentó el subte, por ejemplo, entre otras cosas. ¿Por qué resalto la palabra trabajador? porque me parece que hay algo cierto. Yo tengo muchos compañeros y compañeras que vienen de familia de docentes, otros que no pero que han decidido entrar en la docencia desde muy jóvenes, entonces a veces el mundo docente pierde un marco de referencia para la crítica. Y digo la crítica porque no quiero caer en la mala leche de decir la queja, porque no es lo mismo la crítica o la insistencia que la queja, porque también hay mucha queja. Entonces otros compañeros y yo que no venimos del palo esencialmente docente o de ese mundo, a veces decimos che, miremos lo que pasa alrededor, que hay carencias, pero también tenemos, no privilegios, sino derechos. ¿Por qué hago la comparación? porque es importante observar cómo con el regreso a las clases presenciales, incluso dentro de los sindicatos las posiciones fueron modificándose.

Yo estuve en UTE pero me fui porque me di cuenta que era muy difícil construir algo que fuera mínimamente rebelde o contestatario en ese sindicato. Valoro las experiencias de compañeros y compañeras que piensan que todavía se puede y siguen insistiendo. Ahora estoy en ADEMYS, que fue cambiando su posición porque el año pasado decían si estamos en pandemia no regresamos, pero ahora en pandemia están trabajando casi todos y casi todas presencialmente, y esos trabajadores y trabajadoras tienen niños y niñas que no tienen dónde dejarlos si sus patrones dicen que tienen que volver a trabajar. Esto en un marco de referencia que es ineludible, donde el 50% de la clase trabajadora en Argentina no está registrada, o sea que eso dificulta todavía más la exigencia de derechos. Por otro lado, los niños y niñas también tienen derechos y eso para la legislación Argentina es el interés principal. Entonces, el trabajador docente tiene que entender que está en su derecho como trabajador pero en ese espacio están los derechos de la niña y el niño.

Yo he tenido debates duros con compañeros y compañeras sobre el regreso presencial porque para mi la consigna de “hasta que no haya vacuna no se vuelve” es errónea, porque todos sabemos lo que son las escuelas porteñas, y no solo porteñas: que no te bajan ni un peso, que no hay alcohol en gel. Eso hay que reclamar, no que los pibes se queden en sus casas. Porque además hubo mucha desconexión el año pasado, los pibes la pasaron para el orto, hubo muchos que no pudieron hacer nada porque no tenían internet o computadora, o porque nadie los podía acompañar. Me parece que el trabajador docente por un lado tiene que entender su figura de trabajador, que no es exclusiva ni por encima de nada, es un trabajador o trabajadora más con todas las características que tiene un trabajador y trabajadora del Estado o de gestión privada. Y por otro lado es un agente que trabaja con niños y niñas y tiene que atenerse a una regulación que coloca el interés del niño por encima de todo. Además, hay que entender otra cosa: que trabaja en un sistema de derechos de niños, niñas y adolescentes donde no es el único actor, hay otros actores: trabajadores sociales, psicólogos, médicos, abogados, y todos laburan. Hay mucho de che, la trabajadora social no labura nada, y bueno, hay trabajadoras sociales que laburan y otras que no, como hay docentes que laburan y otros docentes que no. Los docentes sostenemos cierta corporatividad, y entonces es complejo denunciar a un compañero que, por ejemplo, maltrató a un pibe. Pero hay que hacerlo porque, además, está teniendo una conducta policial.

Es un mundo complejo. Yo me gano mucha antipatía cuando lo digo, pero hay otro nivel de formación en secundaria. La formación es un gran problema en la docencia primaria porque hacen 3 o 4 años y después se compra el puntaje. Es así, es un problema muy grande. Y el puntaje está tercerizado: hay pequeñas empresitas, pymes, que dan cursos avalados por el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires que son pedorrísimos y te dan 10 puntos o 5 puntos, que es un montón. Eso deteriora la formación educativa y el docente no exige o termina rindiéndose al sistema. Yo tenía compañeros que estaban muy comprometidos y en un momento dijeron bueno, yo tengo que hacer estos cursos pedorros porque son los que me van a permitir titularizar en un cargo para vivir. Es una encerrona que colabora con un deterioro de la educación que no es solamente en términos de infraestructura; donde el Estado también tiene la culpa. Porque el Estado podría dar cursos muy buenos con buen puntaje y no tercerizar la educación como lo hace.

¿Por qué sos delegado?

Yo entré a INTEC y al poco tiempo, al año, ya era delegado. Cuando estábamos tratando de convocar compañeros y compañeras para que formaran el cuerpo de delegados y delegadas pensé en una compañera que había trabajado ahí y tuvimos una charla. En ese momento ella estaba militando en otro espacio pero no se vinculaba con el mundo laboral, entonces recuerdo que le dije yo entiendo tu militancia, no soy quién para juzgarla, pero también dentro de todas las subjetividades que nos atraviesan somos trabajadores y trabajadoras y esto es lo que nos da de comer. Y si yo soy una persona que denuncio la represión estatal, denuncio si hay un maltrato a un pibe o piba dentro del colegio, que intento ser coherente entre lo que predigo y lo que hago, no puedo no inmiscuirme en lo que respecta a mi como trabajador. Yo suelo decir todos los primeros de mayo que entre todas las subjetividades que me atraviesan -varón, blanco, argentino, latinoamericano- yo la que pongo por encima de todo es la de trabajador. Y en ese sentido, o era delegado o me metía a trabajar en el sindicato de algún modo que estuviese vinculado a la militancia en lo laboral.

Estoy en un programa donde casi nadie quería ser delegado porque, además, ADEMYS no tiene condición de servicio: yo no tengo licencia por ser delegado. Sigo trabajando, sigo yendo y haciendo las funciones de delegado aunque no sea mi hora porque a los compañeros y compañeras les siguen pasando cosas. Entonces me generaba contradicción no estar haciendo nada en mi trabajo que tuviera que ver con mis relaciones de existencia cotidianas. Encontré otros compañeros y compañeras con las mismas inquietudes, cada uno con su vida hace lo que puede, lo que le da el cuero. Yo no tengo hijos, por ejemplo, y tengo compañeros que sí y admiro que sigan peleando cómo la pelean. Yo sentía que era algo que tenía que hacer, y además, por supuesto, siempre hay un goce: no todo es sacrificio, está bueno que la gente te vote o te diga gracias por darme una mano en esto, por llevarme estas reivindicaciones, eso no lo voy a negar. Sería hipócrita si no lo dijera, no es un sacrificio constante. Pero creo que uno de los principales motivos es porque soy trabajador y hay que luchar por nuestra reivindicación como trabajador, y una de las formas, no la única, es siendo delegado.

Este es el momento adecuado para contar un poco más de Rodrigo. Algunos párrafos más adelante, él dirá que hace falta poner el cuerpo. Decirlo es fácil. Cuántos lo dicen y jamás lo hacen. Rodrigo sí. Y no solo como delegado: en 2019, Rodrigo junto a quien escribe estas líneas viajaron al estallido de Chile. Nadie nos mandó ni nos pagó. Nos movió la necesidad de presenciar lo que soñamos: la justicia del pueblo y para el pueblo, eso que Rodrigo desarrollará más adelante.

Ahora, con la vuelta a las aulas ¿Con qué se encontraron los trabajadores de la educación?

Particularmente en primaria, porque en secundaria todavía no volvimos en provincia, nos encontramos estructuralmente con escuelas iguales a las del año pasado. Un poco más sucias en algunos casos, igual de abandonadas las que ya estaban abandonadas. No se puso un peso, tuvieron un año para pensar alguna solución más estructural. Me encontré con angustia, con miedo, con exageración en algunos casos. Me encontré con felicidad, también, en algunos compañeros y compañeras que estaban muy cansados y cansadas de estar en sus casas.

Y me encontré con algo relevante que es con niños y niñas. Lo hablaba justamente ayer con Fer, con mi compañera, que estaba un poco enojada con el posteo de una compañera que yo quiero mucho, que es una docente con la que yo laburé, que escribió algo que para mí está equivocado sobre aquellas familias que subieron fotos de sus hijos o hijas en primer grado. Me parece erróneo porque es agarrársela con la familia, que también fue víctima el año pasado: no es fácil estar un año con los pibes y pibas, y también, en muchos casos, con la presencialidad se resolvió un problema porque no tenían con quién dejarlos. Pero además ahí hay un deseo y una felicidad del niño y la niña que empieza primer grado: yo vi risas, vi secuencias de sonrisas entre niños que hacía mucho que no se veían. También vi pibes y pibas con miedo, vi actos desatinados, por ejemplo, mi sobrina que empezó primer grado tuvo una secuencia pedagógica con una caricatura del COVID como si fuera un monstruo, le generó miedo y eso para mí es equivocado. Es un virus y no hay que personificarlo, no hay que ponerle ni patitas, ni ojos, y menos que menos transformarlo en un monstruo como de película. Cuando yo quise mostrarle el COVID como realmente era salió corriendo porque, claro, le quedó esa imagen.

Y ahora me encuentro con escenarios en algunos casos complejos porque ya empiezan a haber contagios, cierres de burbujas, mucha desorganización y desinformación, mucho docente que no sabe a quién le tiene que pedir la autorización para la licencia. Y me encontré también con mucho sacrificio de muchos docentes que le están poniendo el cuerpo, que están comprometidos y que pese a estar en contra de trabajar en estas condiciones se dan cuenta que ni la familia ni los pibes o pibas son los culpables, que hay que apuntar más arriba. Es el Estado, y no solamente el Estado porteño, no olvidemos también que el Ministro de Educación de la Nación está de acuerdo con el regreso a las clases presenciales y apuesto que las clases que comenzaron en provincia se deben haber encontrado con las mismas carencias que se encontró el trabajador docente en la Ciudad de Buenos Aires. Se privilegió también el sistema productivo, no se puso un peso más para las familias que lo necesitaban y la apertura de las escuelas era casi inevitable. 

Por último, para mí restaría un párrafo para las burocracias sindicales y toda aquella mierda que no sirve de nada más que para algunos intereses. Yo no espero nada de las burocracias sindicales, la verdad, ya no espero absolutamente nada. Ya sé para quién fue, y lo vienen haciendo hace 40 o 50 años; es el movimiento sindical que dirigió Perón cuando volvió. Es el movimiento sindical traidor que defiende los intereses, no de la clase trabajadora sino los propios. Sí me genera mucha angustia y mucha bronca cuando veo en algunos compañeros y compañeras cercanos, por ejemplo a la UTE, que bajan el discurso de la burocracia, de las cúpulas sindicales diciendo no, bueno, no hay que parar porque esto y lo otro. Uno puede no parar, pero cuando repite el discurso de la burocracia sindical estamos en un problema. Entonces, me parece que hay que tratar como trabajador y trabajadora de organizarse de otro modo, organizarse democráticamente. Y no digo copar un sindicato porque eso también es difícil. A veces también hay que poner el cuerpo en serio, estoy hablando de agarrarse a las piñas, en el mejor de los casos, o tal vez peor en otros, depende el tipo de gremio que sea. Pero ojalá en algún momento tengamos un movimiento obrero con representantes sindicales que estén a la altura de las circunstancias. Eso permitiría un montón de cosas que ahora no están pasando. O sí están pasando: por ejemplo, el ajuste sería con más gente en la calle combatiendo, el pago al FMI sería con más oposición y tal vez tendríamos una clase trabajadora con un poco más de conciencia y más combativa. Es difícil, no creo que lo vea, pero hay que seguir peleándola porque estamos acá, es la que nos tocó. 

Escuchando a Rodrigo pensamos que, quizás, en su vida nada haya sido azar. Incluso lo que él cree que sí lo fue. Crecer en la Argentina más hardcore, la del que se vayan todos y la conciencia de que la muerte puede estar en el fierro del policía de la cuadra pero también en el recital de tu banda preferida, tal vez hizo mella ¿qué digo tal vez? obviamente hizo mella y decantó por lo evidente: hay otros futuros posibles. Y qué mejor que estar ahí, en los primeros años de una persona, para enseñárselos.

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