La escuela es un edificio, su mástil, los salones y aulas, el telón que se abre en cada fecha patria y cada estudiante, docente y no docente. Pero la escuela no termina ahí: ahí empieza. Escuela se hace, y como todo lo que se hace, se puede hacer en cualquier lado.
Durante 2020 muchos edificios que lucen un cartel en el frente que dice “escuela” estuvieron cerrados (perdón, estamos mintiendo: muchas aulas se cerraron, pero muchas escuelas abrieron ciertos días para entregar bolsones y viandas a las miles de personas que no tienen garantizada la comida). La escuela tuvo que armarse de otras herramientas y rearmarse.
En ese armado se cayeron muchos. La virtualidad exigió recursos y los recursos, en el sistema escolar argentino, escasean -una escasez que responde a criterios de clase, género y tal, claro. Con todo, docentes y estudiantes continuaron haciendo escuela.
Pero sabemos que la educación, muchas veces, es punta de lanza de otras negociaciones. Incluso las paritarias docentes marcan la cancha para otras discusiones salariales. Entonces una educación que no se puede mostrar, lucir y usar no le sirve a nadie.
La presión para “volver a la escuela” -esa consigna que olvida que la escuela puede estar fuera de la escuela- comenzó en seguida. Y finalmente venció: este 17 de febrero “volvemos a la escuela”. El momento es crítico: las cifras de la pandemia vuelven a ser alarmantes. Los contagios crecen y no hay estudios que garanticen que es seguro volver a habitar las aulas. Pero este año hay elecciones y la vidriera tiene que empezar a armarse.
También están los padres y madres, es verdad. Sus opiniones cuentan y valen, y hay que comprender que la situación los desborde: hace casi un año tienen a sus hijos confinados en casa, y a muchos los están forzando a volver a la presencialidad en sus trabajos. Pero apostamos a que la mayoría priorice la salud personal y comunitaria sobre las ganas -lógicas- de retomar un modo de vida más “normal”.
Para Soledad Acuña no pasa nada: no se enteró de nada. Hay que volver y punto. Para Nicolás Trotta más o menos lo mismo. De la salud de los docentes no se habla; de la salud de los estudiantes y sus familias, tampoco. Volver a la escuela-volver a la escuela-volver a la escuela. Un mantra vacío.
A ningún adulto lo acusan de no trabajar por hacer home office. Por qué, entonces, desde un principio se cuestionó la educación virtual -esa suerte de homeschool. Escuela se hizo, le pese a quien le pese.
En su libro “Señales de vida”, la docente Teresa Punta reflexiona: “Volver a nacer escuela. De otras formas, de otros modos, para poder encontrarnos con los chicos lo más despojados posible de automatismos y saberes cerrados que nos digan cómo debe producirse ese encuentro, bajo qué maneras.”
Pero lo esencial es invisible al Estado.