¿Qué significa la guerra de Malvinas para vos? 

Cada 2 de abril se vuelve a reproducir el archivo, se traen como de un pasado remoto -pero que está a la vuelta de la esquina- las imágenes, videos y grabaciones de adolescentes disfrazados que saltan de la caja de un camión, que cucharean una lata sentados en el barro o señalan su trinchera inundada. Y se insiste en llamarlos héroes.

Ellos dejaron sus vidas en las islas. En un arrojo de patriotismo desembarcaron con el fusil en la mano para defender territorio argentino. No querían estar en ningún otro lado.

Mentira.

No dejaron su vida, les fue arrebatada. Llegaron con un fusil, sí. Sin balas. Querían estar en su casa.

Hasta 1994 el Servicio Militar fue obligatorio. Y en la obligatoriedad no hay mucho heroísmo. Se trató más bien de un sistema que poco a poco profundizó estándares de violencia que al día de hoy se perpetúan en las fuerzas de seguridad de nuestro país, y dejó a la vista las consecuencias de aquello que llamaban heroísmo: consecuencias nefastas de la desidia estatal.

En las Islas Malvinas hubo 650 crímenes de Estado: el gobierno de facto de Leopoldo Galtieri mandó a jóvenes sin ninguna preparación militar ni técnica a combatir con fusiles viejos, durmiendo a la intemperie y con uniformes mal asignados. Esas trincheras eran el último lugar donde querían estar.

Poco se habla de esto. Es un enfoque que se evita desempolvar. Siempre es mejor, más fácil y más complaciente relucir el heroísmo y ya, hasta el año que viene. Mucho menos se habla de los casi 400 suicidios de ex combatientes: los muertos son héroes; los sobrevivientes son parias. Así funcionamos.

Se insiste en honrar a nuestros héroes de Malvinas, como si eso significara ponerles una medalla, darles una pensión de vergüenza, y olvidar las verdaderas razones de una guerra sin sentido y, sobre todo, sin responsables.

A la cúpula militar responsable de aquella guerra se la juzgó por muchos delitos de distintas índoles a lo largo de los años. También se la indultó, y se la volvió a juzgar luego y concretamente por delitos de lesa humanidad: porque secuestraron, torturaron y asesinaron gente. Pero entre ellos nunca se contaron los muertos de Malvinas. Ni los que fueron asesinados en un combate del que no podrían haber salido vivos, ni los que murieron o se mataron luego por el abandono y el olvido de un Estado que, igual que el resto de nuestra sociedad, se avergüenza de aquella guerra e intenta esconderla sin pensar en quienes estuvieron allí, y aunque quieran no pueden olvidar.

Recordemos a los (y las, porque en Malvinas hubo mujeres) combatientes, sí. Pero hablemos como corresponde: fueron víctimas, no héroes.

Creemos que el mejor homenaje que se puede hacer a aquellos jóvenes que murieron por una patria que les dio la espalda es tener presente justamente esto: que no hay gloria en el olvido, ni heroísmo en las trincheras. 

Por último y parafraseando a Rodolfo Walsh podemos tener certeza de que aquellos jóvenes en Malvinas no murieron gritando “Viva la patria”, sino pidiendo “No me dejen solo, hijos de puta”.