En los últimos años, Argentina se transformó en una suerte de paladín de los Derechos Humanos y con justa razón: se enjuició y condenó a los genocidas de la última dictadura militar; se logró la ley de Matrimonio Igualitario; la Ley de Identidad de Género; el Aborto Legal; entre muchas otras conquistas que se lograron gracias a la lucha popular y a patear la calle, porque nada pero nada de lo que tenemos hoy se logró por quedarnos en casa viendo TN desde el sillón. 

Hoy también es el día del Retorno de la Democracia porque se cumplen 38 años desde que Ricardo Alfonsin asumió la presidencia luego de 7 años de dictadura militar. Es la democracia por la que se corrió tanta sangre y 30 mil compañeros dejaron la vida. La democracia de las Madres y de las Abuelas; del Nunca Más. 

Esta democracia también cobijó el estallido popular del 19 y 20 de diciembre y la lucha piquetera del Puente Pueyrredón en el que fueron asesinados Maxi Kosteki y Darío Santillán. La democracia cobija las luchas y las luchas logran todo en lo que la democracia hace agua. Celebremos la democracia, sí, pero más celebramos la organización.

Pero qué pasa cuando aparece la desigualdad social y  el boludeo político de “hay que decidir en las urnas”. Si, está buenísimo poder votar y sabemos lo que costó, pero últimamente parece un mero trámite. ¿A quiénes representan si después reprimen laburantes de una cooperativa, niegan agua a familias enteras en medio de una pandemia global, desalojan mujeres con balas de goma y topadoras de un asentamiento o no se hacen cargo de los asesinatos que deja el gatillo fácil?  ¿A qué sector benefician cuando hay tantos con tan poco y unos pocos con un montón a los que encima les dan rienda suelta para que se queden con nuestros recursos naturales?  Los Derechos Humanos son eso, derechos que nos pertenecen y que hay que garantizar.  Volviendo atrás, nuestro país se caracteriza por haber dicho Nunca Más, pero en lo cotidiano nos encontramos con situaciones que debilitan esa frase tan poderosa.