El 8 de marzo es una fecha muy importante en el calendario de los derechos humanos. Este año será el sexto en el que la convocatoria a movilizar incluye además el paro de mujeres y disidencias en sus puestos de trabajo. Como todos los años, la consigna es en contra del ajuste y la violencia machista. 

A una semana del 8M la noticia de la violación por un grupo de 6 varones a una chica en plena luz del día en uno de los barrios más transitados de Buenos Aires nos revolvió el estómago y nos recuerda que estas cosas todavía pasan, como también pasan en un pueblo perdido en Salta donde mataron una vez más a una niña Wichí y nadie salió a escandalizarse. 

A pesar de que el movimiento feminista hace años viene trabajando en la visibilización de los abusos y violaciones. 

A pesar de que cada vez somos más las que nos sumamos a gritar ni una menos.

A pesar de que trabajemos en cada ámbito donde estamos para tratar de reducir la violencia y la opresión hacia nosotras y nuestras compañeras. 

A pesar de que conseguimos una ley que garantiza nuestro derecho a decidir sobre nuestro cuerpo y nuestro futuro. 

A pesar de todo eso, seguimos sumergidas en una sociedad patriarcal que se maneja impunemente.

Este paro nos encuentra unidas, pero también hartas, con rabia y muchas lágrimas por todas las que violentaron en el camino. También nos encuentra con un futuro embargado, con una deuda que pagarán con nuestro bolsillo devaluados en una brecha salarial que intentan minimizar, pero que es real. 

Nos parece fundamental tomar esta consigna para realizar un análisis que abarque dos ejes fundamentales para discutir y reflexionar en esta fecha. Por un lado, sin dudas la violencia verbal, psicológica y física, con la que crecemos y nos desarrollamos en esta sociedad patriarcal. Así mismo, incorporando además la noción de violencia económica que abarca las desigualdades económicas y laborales a las que nos enfrentamos.

Según el último informe del Ministerio de Seguridad, sólo durante 2020 se registraron un total de 5613 violaciones, de las cuales un 80% las víctimas fueron mujeres. Según los datos de años anteriores, podemos ver que hay un incremento de este delito. 

Esto puede deberse a las mejoras en la información registrada, pero sin dudas también se debe a que en los últimos años nos animamos a denunciar.

La violencia económica a la que nos enfrentamos también se traduce en datos. Según Naciones Unidas, un 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres. Una de cada cinco niñas vive en condiciones de extrema pobreza. Sí, la pobreza tiene género. Y nos duele.

La desigualdad laboral es uno de los principales factores que perpetúan la feminización de la pobreza. En Argentina, según una investigación sobre la inserción laboral en los hogares durante el primer trimestre del 2020, los hogares con jefatura femenina tienen mayor representación en los trabajos informales: en el caso de los hogares con jefatura masculina, la informalidad laboral representa un 21,6%, mientras que en el caso de las jefaturas femeninas este valor asciende al 32,9% Este dato resulta alarmante si tenemos en cuenta que al analizar en conjunto el nivel educativo de estas jefaturas de hogar, el porcentaje de trabajos informales aumenta a un 58,7% para las mujeres sin el secundario completo. 

Estar mayoritariamente en trabajos informales, donde no contamos con aportes jubilatorios, obra social, ningún tipo de seguridad ni beneficio, es parte de nuestra realidad. Tener varios laburos para llegar a fin de mes, caminar con miedo a casa y llegar para continuar la segunda (o tercera) jornada de trabajo (esta vez sin remuneración) nos tiene hartas. 

Es hora que los gobiernos piensen en nosotras y en la deuda que vienen pateando. Exigimos que se pongan a trabajar en políticas públicas que erradiquen la feminización de la pobreza, la brecha salarial y todo tipo de violencia hacia nosotras.